iPoems de Erika Said
Las dos Erikas
Energía, delicia eterna.
Blake
La
niña Erika no quiere crecer, en lugar de eso decide convertirse en sirena, le
ha brotado una voz cantarina y busca desesperadamente el mar. Pero no tiene
alas como aquellas creaturas helénicas que volvían locos a los hombres, sino
aletas de pez que la hacen ir livianita
por el río de la vida, afluente del gran océano cósmico, que tarde o temprano
desembocará en la Estigia. Ella lo sabe y de antemano guarda las monedas para
pagarle al barquero; asume el paso del tiempo destilando el horror en una
botella de cerveza o en el humo de un cigarrillo que asciende en espiral del
mismo modo que se mueven sobre su testa las horas, los meses, los años. Sonríe,
le paga a la Realidad sus cuotas con sonrisas y, a veces, como Rockdrigo, trae
a la muerte de amiga todo el día.
La niña Erika no acaba de crecer y ya
atisba su vejez, el último de sus soles;
quiere desnudarse, ir al fondo, ser otra, nos lo confiesa en los primeros
versos de este libro: Me gusta ser la que
no soy / por eso escribo; nos
abre la puerta de sus poemas, adentro está ella mirando a su hermana que tiene ojos de conjuro ámbar, y a la madre que
las crió sola, sin héroe protector; persigue su raíz en la costa tamaulipeca y
en los ardores desérticos de Chihuahua; hurga, hala, llora, gime, patalea, pide
a la lluvia prestadas sus lágrimas. Este relato épico urbano incluye su propio soundtrack, una reproducción aleatoria,
igual escuchamos al rey Lagarto, a Radiohead, a Billie Holiday o a José José,
porque en este libro los espacios confluyen, el tiempo no es lineal: el lector
se encontrará viajando en una suerte de agujeros de gusano pasando de la
habitación donde la niña Erika duerme arrullada por el noticiero a la playa
habitada por cabrones policías aguafiestas.
Asistimos
al momento en que Ella, y también otros corderitos,
solían esperar a la Muerte, pero la
Muerte no llegaba por nosotros, dice, la
invocábamos con brindis y serenatas / se
asomaba despacito: / un robo aquí,
una golpiza allá. Oímos su reclamo por una sociedad violenta, un mundo
desgastado en el que hay lagos falsos y peces falsos y pescadores falsos. En
este caos ordinario que Erika vive como extraordinario aparece, al fin y al
cabo, la luz, la esperanza, la fuerza de la
mujer que se reinventa en el espejo y en el cuerpo amado, el cuerpo de un
hombre o el de la Tierra; amar es, en cierta forma, salvarse. Sus poemas son
autorretratos, se conecta el oído al corazón para deletrear su historia. Una
Erika mira a la otra: ¿Soy mujer o soy
caballo? De este lado la pequeña convertida en sirena, encantadora de
metáforas, que busca la iluminación en el exceso; de aquel otro, la ascética
que va detrás de Dios en su carruaje de neutrones cantando hoy soy palabra escrita /
aquí soy poesía.
Marisol Vera Guerra